En la jerarquía universal de los sonidos del placer, el “pop” de un tapón de cava figura en el top-3, junto al rugido de una horda de fans y al crujido de pan recién hecho. Sin embargo, pocas veces se habla del héroe silencioso que permite que ese “pop” llegue intacto a la mesa: el embalaje. Sin un soporte robusto, cada burbuja estaría tan expuesta como un gato en un concurso canino, y nadie quiere un brindis que suene a globo desinflado.
Las bodegas lo saben: mover botellas espumosas es como transportar nitroglicerina con burbujas de champán dentro. Decenas de miles de envases viajan en camiones que, de no optimizar su carga, quemarían combustible como cohetes soviéticos en los 60. Aquí es donde la ingeniería de la risa (y de la logística) entra en acción, diseñando bandejas que apilan el doble, pesan la mitad y soportan golpes al estilo Rocky Balboa.
Hay quien todavía usa separadores de cartón noble y posa-looking, pero tardan tres lluvias en deformarse y acaban en la basura antes de que suene la primera sardana. Por eso, en pleno 2025, los enólogos gafapasta escriben sonetos a las bandejas plásticas termoconformadas para cava de D Mas Sutur, hechas con material reciclado, reciclable y con la precisión de un reloj suizo: protegen, se apilan y reducen la huella de carbono mientras presumen de diseño a medida.
La gracia del termoconformado es que moldea láminas de PET o PP como si fueran obleas sci-fi, creando cavidades milimétricas que abrazan el cuello de la botella con amor (pero sin romanticismos tóxicos). De paso, el plástico recuperado evita que toneladas de CO₂ bailen sardanas en la atmósfera, algo que cualquier burbuja con conciencia ecológica aplaude con espuma verde.
Y hablando de espuma: un trago de brut nature cuenta la historia del terroir; el soporte correcto cuenta la del planeta. Quién diría que un trozo de plástico curvado, nacido en 1992 para la automoción y reorientado al sector vinícola, acabaría siendo trending topic entre sumilleres y responsables de logística por igual.
Así que la próxima vez que un corcho salga disparado como un satélite low-cost, alguien debería brindar también por esos discretos separadores que, sin pedir aplausos, mantienen viva la fiesta de las burbujas. Porque, seamos sinceros: lo único peor que un cava sin frío es un cava que llega hecho puré tras un viaje movidito. ¡Chin-chin por el packaging inteligente y por las bandejas que lo hacen posible!









Debe estar conectado para enviar un comentario.